top of page

Hedonistas de clóset

Por Garuda



Mi madre era maestra de preescolar, cuando recién cumplí 6 años, me llevó a su escuela al festejo del día del niño. Me dieron una rebanada de pastel, sin el menor recato, me refugié bajo su escritorio para contemplar aquel plato de cartón. Fue mi mayor placer saborear cada parte de aquel trozo bautizado por mi, felicidad. Seis años después, esas alegrías se colapsaron ante la ausencia de mi padre. Mientras empacábamos el menaje de aquel departamento en la colonia Narvarte para mudarnos a otra colonia, mi hermano fue el encargo en clasificar sus pertenencias. Mientras doblaba los pantalones y camisas, encontró en las bolsas de sus sacos trozos de chocolates y galletas enteras escondidas. Jamás nos enteró de sus gustos, inimaginable era concebir a Don Ernesto compartir con sus hijos alguna golosina. Según él, los daños ocasionados a las piezas dentales por la cantidad de azúcar que contienen, se evitarían al no ingerirlos. Le decía mi mamá que se ahorraría los honorarios del odontólogo. En esa bolsa interior de su saco, sus tesoros culinarios se convirtieron en trozos de basura.


Estas experiencias me hacen pensar en porqué pensamos que necesitamos ocultarnos para disfrutar lo que nos gusta, ¿es que se experimenta un mayor placer cuando se hacen las cosas a escondidas?, o por ejemplo en el caso de la comida, en muchos casos se asocia con culpas vinculadas al aumento de peso solo por el acto de ingerir tal o cual alimento. Mi hermano, poco a poco generó una conducta no muy común. En las noches abría la nevera, tomaba sin ningún tipo de remordimiento o consentimiento de algún tercero, flanes, paletas o pastelillos para llevarlos a su habitación. Acumulaba dulces, galletas y chocolates solo por comer algo que otros miembros de la familia, en su momento, no tenían acceso.


En el campo de la sexualidad la historia no es muy diferente, las normas sociales y religiosas nos inculcan la culpa por el placer sexual. La sexualidad se presenta como algo que se tiene que hacer, no como algo que se disfruta hacer, compartir, o que se busque motivar. Culturalmente se nos ha enseñado que el dolor fortalece, que te hace merecedor y te dignifica. El placer en cambio es sucio, es volátil, es incontrolable, lo primero es deseable, lo segundo es evitable. Si sumamos a esto ideas patriarcales, la dominación heteronormativa en nuestra sociedad occidental que maneja una dualidad mientras es permisiva con el hombre, es castigadora con las mujeres. Aunque pareciera que las cosas se van modificando. Este tipo de cambios se presentan casi imperceptibles para algunos, debido a una inercia cultural.


El placer, en cualquiera de sus modalidades, se asocia a la culpa, la vergüenza, es algo sucio que se juzga y se ejerce a escondidas, a puerta cerrada.

Hace años fue muy popular la leyenda urbana conocida como El Súper de El Pedregal. Se contaba que, en El Pedregal, una zona residencial de muy alta plusvalía en el sur de la Ciudad de México, existía una casa en donde trabajaban sexoservidores. Los servicios que prestaban era exclusivamente para mujeres. Las clientas llegaban con su lista de compras, y mientras las atendía el sexoservidor, alguien más se encargaba de acudir al supermercado para realizar las compras. Al salir de esta casa, las clientas llevaban en las cajuelas de sus autos la despensa y seguramente también una sonrisa de satisfacción en su rostro.



Hace dos semanas me contaron la historia de un café en una ciudad muy conservadora del sur de México. Los clientes que llegan reciben dos cartas de menú, una para el café y la comida y otra para los juguetes sexuales. Desde el anonimato pueden solicitar los juguetes que les son entregados de manera muy discreta.


¿Somos una sociedad de hedonistas de clóset?, ¿Qué pasa con quienes ejercen su sexualidad de maneras distintas?, ¿Dónde se manifiestan esos deseos para quienes disfrutan el sadismo-masoquismo, el intercambio de parejas, el travestismo o vivir una experiencia homosexual?, ¿Por qué guardar nuestros deseos en un closet?, ¿Por qué pensar que no somos merecedores de placer?, ¿Por qué castigar el gozo, la alegría? Desde mi punto de vista, mientras se conserve la línea ética en la sexualidad de no dañar a nadie y que los involucrados sean mayores de edad y estén de acuerdo en lo que hacen, ¿por qué negarlo?. Es momento de vaciar esa bolsa escondida de nuestros sacos mentales, la basura que representa el juzgar a los otros nos pudre para disfrutar plenamente el placer de la vida.




Trabajemos por un hedonismo sexual pleno, consciente y satisfactorio.




64 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page